Veintiuno: extraña forma de vida



Cuando se terminó la fiesta, Rubio y su jefe estaban lo suficientemente borrachos como para querer tomarse una más. Incluso entre la niebla pegajosa del alcohol, Carlos empezó a notar que Jose buscaba contacto con su cuerpo.


Con el resto de lucidez que le quedaba, Carlos esperó que los demás empleados de la empresa interpretasen el hecho de que Jose estuviese practicamente abrazado a él como el deseo del jefe de tapar solidariamente la cogorza olímpica de uno de sus empleados. Zurano imaginó a los dos hombres bajo la helada de diciembre, las voces pastosas, el cansancio que se apodera de los miembros por efecto del alcohol. Bajo el chorro de luz sucia y naranja de una farola, el Audi negro de Carlos esperaba solitario en el aparcamiento. Bastó una mirada para que Carlos se armase de valor y llevase a Jose al coche. No hicieron falta más palabras. Con alguna dificultad, abrió la puerta. Jose subió por su propio pie al automóvil y se tumbó boca arriba en el asiento trasero. Carlos le vio sonreir en la penumbra fosca del interior del coche, el corazón le empezó a latir a toda velocidad al encontrar su mirada invitadora. Jose dijo:

-Venga, que lo estás deseando...

Y Carlos entró en el coche y se enzarzó con él en un confuso combate que fue, ante todo, una búsqueda ciega. Durante cosa de un cuarto de hora intentaron luchar contra los efectos inapelables del alcohol. Luego,se quedaron más o menos dormidos, el uno sobre el otro, los pantalones por los tobillos, las camisas abiertas, los cuerpos húmedos por la saliva ajena. Les despertó el frío y las primeras luces de un alba gélida y grisácea. Al despertar aturdido, Carlos sintió ante todo, miedo. Los dos se vistieron lo mejor que pudieron, como si estuvieran frente a un fantasma. Carlos se sorprendió de que, a pesar de lo que había sucedido, la normalidad se instalase tan pronto entre los dos. Y la buena educación:

-¿Te llevo a algún sitio?

José Rubio, pálido, pero sorprendentemente suelto, le indicó la plaza de un pueblo cercano. Carlos condujo en silencio. Rubio  permaneció quieto, pero relajado, como si aquella situación fuese habitual para él.

Carlos paró frente a un estanco y dejó a su acompañante. Después, dio la vuelta y se alejó. Sólo al hacerlo, le invadió el pánico. Tanto, que empezaron a temblarle las manos y tuvo que parar en un arcén. Era una carretera secundaria. Carlos se dio cuenta entonces de que apenas era dueño de sus actos. Con las manos crispadas alrdedor del volante del coche permaneció en silencio mucho tiempo. Luego, decidió no pensar más en lo sucedido. Por primera vez, pensó en aprovecharse de su estátus en SOGENAL. Si a José Rubio se le ocurría decir algo...Le aplastaría. Al fin y al cabo, él tenía la sartén por el mango. Él era el hijo del dueño de la empresa ¿Quién iba a creer a José Rubio? La precaria idea de que el empleado, si quería conservar su puesto, permanecería en silencio le fue tranquilizando poco a poco. A las ocho de la mañana, llegó a casa. Su mujer aún no se había levantado, los niños dormían. Entró en la habitación infantil y les observó en silencio, rodeados de objetos de colores que prometían una vida mejor. Luego, buscó en el armario de la alcoba matrimonial una muda y ropa limpia. Se duchó en uno de los baños de la planta baja y se marchó a trabajar.

Durante los días que mediaron entre la navidad y las celebraciones de fin de año, Carlos procuró no salir de su despacho, temiendo el primer encuentro con aquel ser hacia el cual empezó a desarrollar un odio sordo que no entendía de razones. Al final, el encuentro se produjo durante una copa improvisada en algún rincón de la oficina para celebrar el último día del año. Carlos sintió un alivio inmenso cuando Jose actuó en todo momento como si no le conociese. Tan perfecta fue la ilusión que, después de dos copas de sidra, Carlos estuvo a  punto de creer que nada había sucedido, que el olor de aquel cuerpo que, de una manera neurótica, había intentado eliminar de su coche y de sí mismo, se debía a una mala jugada del alcohol.

Sin embargo, el 15 de Enero todo cambió de una manera brusca. A llegar a la oficina encontró un correo de Rubio en el que le pedía una cita “a solas” para hablar de un asunto que les incumbía a los dos.


Zurano se imaginó a Carlos tragando saliva. Un ligero temblor en las manos antes de coger el ratón, pinchar la opción responder y escribir una breve respuesta.


La cita fue tensa, en un bar de carretera que el mismo José Rubio indicó en su siguiente correo. José Rubio llegó serio, duro y se aseguró de montar un escándalo suficientemente audible para los otros clientes del local. Carlos intentó acallarle varias veces, sin éxito, ofreciéndose a parlamentar. Con la moral del enemigo destruida por la promesa de un escándalo en la empresa de su padre, José Rubio se extendió por los problemas económicos por los que estaba pasando y que, según él, habían colaborado definitivamente para enturbiarle la razón y ceder a los requerimientos eróticos que Carlos no recordaba haber hecho en ningún momento.

-Sabías que no podía negarme porque...Todos los de tu clase sois iguales, tío. Dáis arcadas.

Carlos se removió inquieto en su asiento, incapaz de pasar un trago más de la cerveza caliente que había pedido para hacer un poco de gasto. José Rubio le miró a los ojos, los labios reducidos a una sola línea. Carlos ofreció mil euros. José Rubio se mantuvo en silencio. Carlos ofreció entonces mil quinientos. José Rubio dijo “al mes”. Carlos preguntó “durante cuánto tiempo” y José Rubio se levantó de su asiento y se fue sin pagar.

-Cuando se fue de la empresa, me fue enviando un correo todos los meses, me indicaba un sitio en donde dejarle un sobre con una cantidad de billetes que no llamase la atención. Hace unos meses, sin embargo, dejaron de llegar correos. Durante las primeras semanas, no pude dormir, pero no ha pasado nada.

-¿Por qué quiere encontrarle?

-Quiero entregarle a la policía. Denunciarle. Esto no es vida, Daniel.

Zurano se levantó de su asiento. Rodeó el escritorio y puso la mano en el hombro de su nuevo cliente.



6 comentarios:

  1. ¿dejaron de llegar sobres?¿o dejaron de llegar correos de dónde dejar los sobres?me he perdido.

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  2. Dejaron de llegar correos. Perdón, que es una errata.

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  3. Me gusta lo que has ido escribiendo. Se pone cada vez más interesante.

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  4. Con mi memoria de pez, como te tires un mes sin actualizar se me olvida todo lo anterior.¿Crisis de autor?

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  5. Lo siento, pero es que he estado de vacaciones dos semanas y, en donde he estado, no había ordenador. Gracias por seguir ahí y hasta la semana que viene :-)

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