Diecinueve: Inversiones



ANTONIA LOPETEGUI PASÓ POR DELANTE DEL ANUNCIO DE UN BANCO  que le ofrecía una vida mejor. Estaba tan acostumbrada a verlo que no reparó en el futbolista que, vestido de proxeneta, le tendía desde él un ordenador portátil que la mujer no sabía usar.

Dieciocho: Alaska



Cuando Zurano abandonó el VIP´s tuvo que reconocer que se encontraba más confuso que al principio. La noche estaba fresca pero la temperatura era agradable, así que decidió regresar a su casa andando. Al doblar una esquina cercana al paseo de la Castellana, llamó su atención un corrillo de gente del cual salían risitas histéricas y destellos de flashes. Se acercó Zurano disimuladamente para ver que, en el centro del grupo, estaba la cantante Alaska, figura de cera de sí misma, posando con una resignada paciencia para diferentes retratos hechos con variados dispositivos electrónicos.

Diecisiete: la suerte está echada





Cuando Carlos Mínguez miró el reloj se dio cuenta, escandalizado, de que eran casi las diez y media de la noche. Levantó los ojos un momento de las hojas en las que, según su costumbre, había impreso las largas listas de datos que SOGENAL necesitaba para su correcto funcionamiento y, a través de las mamparas de su despacho, observó la oficina desierta y a oscuras.
Le gustaba aquella hora.

Dieciséis: VIP´s







A Zurano los VIP´s siempre le habían parecido una estafa pero, después de mucho buscar, no había encontrado nada más decente para que el llamado Eugenio le hiciese unas revelaciones cuyo contenido no quiso avanzar hasta estar sentado delante de un refresco de limón.
Esperó a que el camarero se fuese y a que Zurano empezase a beberse su cerveza sin alcohol, estirando hasta el absurdo la repentina importancia de saber algo que otra persona no sabía.

Quince: la improvisación como forma de vida






La mujer caballuna tendría unos cuarenta años y Zurano entendió enseguida que padecía los problemas para encontrar ropa que aquejan a todas las mujeres altas. Vestía de manera abiertamente impersonal y su insistencia en introducir en el garaje cerrado una trama sentimental le indicó a Zurano que, probablemente, dormía sola por las noches y no tenía a nadie para quien depilarse el labio superior. También le resultó pronto evidente que la otra chica del grupo, mucho más joven, tenía una relación con el director. Cada cierto tiempo, interrumpía el transcurso de la endeble trama y dirigía miradas a la oscuridad en la que el Deus Ex Machina no perdía comba de lo que sucedía.

Catorce: There´s no business like show business

Esta foto está a la venta a partir de 2,99 euros en Viena Directo Images


Como un animal doméstico, el ordenador mostró a Zurano su cara más amable. El ventilador en marcha anunció que el sistema operativo esperaba órdenes en posición de firmes y, entonces, el detective hizo lo único que se le ocurrió hacer. Abrió el programa que utilizaba para conectarse a internet tecleó la dirección de un buscador e introdujo la combinación “José Rubio” en el espacio correspondiente. Primero, sin comillas. Varios millones de resultados le indicaron que la tarea no iba a ser fácil.

Trece: Segunda Parte

SEGUNDA PARTE


ERA ZURANO UN FIRME CREYENTE en las ventajas de ser su propio jefe. La principal de las cuales le parecía que era entrar y salir del despacho que le servía de oficina sin que nadie le controlase.
Estaba este situado en una calle tranquila de una zona de Madrid que había sido, durante la dictadura, un barrio de casas militares. De los tiempos castrenses quedaban las viviendas homogéneas, de arquitectura algo árida, las huellas aún visibles de algún atentado terrorista y una población de brigadas jubilados vigilada con aire soñoliento por una legión de canguros sudamericanas.

Doce: El Lecho Nupcial (Segunda parte)

CIERTOS ANTICUADOS PREJUICIOS volvieron aprensivo a Zurano a la hora de hacer el amor en el lecho matrimonial de unos suegros que no sabían que lo eran, pero su joven amante no tardó en convencerle y así, durante un par de horas, disfrutó el detective de unas caricias y unos besos que, a ratos, le supieron demasiado a indemnización.
Cuando despertó Zurano, ya hacía tiempo que había oscurecido. Javi seguía abrazado a él obligándole a permanecer en una posición protectora pero no del todo cómoda. Calculó el detective las posibilidades que tenían de levantarse al servicio sin despertarle y, como las encontró reducidas, se esforzó en demostrarse que su vejiga no había desaprovechado el entrenamiento durante las largas vigilancias a las que estaba obligado por su oficio.

Once: El lecho nupcial (primera parte)


El Volkswagen Polo rojo de Javi paró frente a él veinte minutos después, cuando empezaron a caer los primeros goterones de tormenta Abrió el chico la ventanilla del conductor y le invitó a subir al coche. Lo hizo el detective y recibió como recompensa un beso más breve que otras veces. Dedujo Zurano que pasaba algo, impresión que quedó confirmada por el obstinado silencio del muchacho mientras callejeaba buscando aparcamiento. No peguntó el detective sin embargo, y dejó que la radio siguiese emitiendo un ruido electrónico apenas soportable que el chico insistía en confundir con la música.

Diez: Políticas educativas domésticas

Futbolista




AÚN SE VEÍAN ALGUNAS GRÚAS , pero estaba claro que el barrio estaba terminado. Los antiguos trigales mesetarios habían sido sustituidos por una sucesión de manzanas de edificios que albergaban una piscina comunitaria. Fortalezas de apariencia doméstica en con un corazón de agua latiendo en su interior.
Junto con el derecho a sentirse ricos los vecinos habían adquirido el dudoso privilegio de sentirse inseguros. Cada fortaleza contaba con su correspondiente garita en la que un guardia uniformado velaba porque todo el que accediese al interior estuviera al tanto del santo y seña.

Nueve: La cándida adolescencia


POCAS VECES PENSABA ZURANO EN su niñez y su adolescencia. Después de haberlas sentido durante mucho tiempo como fuentes de amargo dolor, había conseguido llegar a verlas casi como incidentes que le hubiesen sucedido a otra persona.
Sin embargo, aquela entrega voluntaria al olvido tenía sus momentos de quiebra. Volvían entonces los fantasmas del pasado, formando una procesión de melancólicas estampas que el detective no hacía nada por apartar de su imaginación. Bastaba a veces muy poca cosa para romper los diques del recuerdo.

Ocho: Hasta luego, Carlos



-Qué pasa, ¿Ya no saludas?

El detective quedó momentáneamente descolocado:

-¿Nos conocemos?

El otro aludió entonces a una remota noche de alcohol durante la cual, supuestamente, Zurano había demostrado un interés hacia él que había rebasado los límites de la cortesía. Dudó el detective de haber estado nunca tan borracho pero, por si acaso, exploró en su memoria en busca de algún rastro de la desnudez de aquel tipo. No lo encontró.

-¿Y qué tal por aquí? No te habrán contratado. He oído que en logística necesitaban a alguien –el saco de huesos hizo una pausa dramática, removió el café y luego suspiró con el meñique enhiesto- ¡En logística siempre necesitan a alguien! Es el departamento maldito.

Negó Zurano que fuese a engrosar la plantilla de SOGENAL y el otro sintió sentirse decepcionado. Tras esto, y sin que mediara provocación previa por parte de Zurano, se lanzó a comunicarle al detective toda la información que consideró necesaria sobre las interioridades de la empresa.

En dos tiempos:

En el primero, en lo que hubiera podido llamarse la fase de autoprestigiamiento, nuestro hombre reivindicó su categoría de ser humano mejor informado sobre todas aquellas circunstancias que merecía la pena saber. Cualquiera que fuese su naturaleza.

La fase dos empezó con una presentación sistemática de personajes y las relaciones que guardaban entre ellos, para luego lanzarse a tumba abierta a la exposición propiamente dicha del saber acumulado.

Zurano, asombrado de que la ingestión de un café diera para semejante frenesí pormenorizador, dejó hablar al desconocido a la espera de que rozase siquiera el motivo de su presencia en aquel cuartucho subterráneo. No tardó el tipo en hacerlo porque, a juicio se su informante, SOGENAL era una empresa monolíticamente aburrida en la que sólo el departamento de logística era capaz de proporcionar cierta diversión.

Observó asimismo Zurano que, al igual que ocurre con el adjetivo “gitano” en la letra de ciertas rumbas, el desconocido utilizaba la palabra gay para calificar todo aquello que le parecía digno de elogio, mientras que motejaba de “antigay” todo aquello que se le hacía difícil de soportar; en frases de la forma “No te puedes imaginar: esta empresa es lo más antigay del mundo”.

Así, supo Zurano que, en el plazo de cuatro años, cinco personas habían pasado por el puesto que Jose había ocupado. También que Jose, por enigmáticas razones, había durado más tiempo que los otros. Al desconocido no se le alcanzaba cómo esto había podido ser posible y, a pesar de que se consideraba un pozo de información viviente, aquel misterio había seguido resistiéndosele.

Al poco, pensó el detective que escuchar aquella conversación hubiera supuesto un hondo disgusto para su amigo Rafa: Garganta Profunda no sólo estaba al corriente de la homosexualidad de Jose, sino que se apresuró a ponerle al cabo de la calle a propósito de supuestas canas al aire con otros miembros de la plantilla de SOGENAL que acudían puntualmente cada año al desfile del Orgullo Gay. Ninguno, en cualquier caso, suficientemente influyente como para tapar durante un año entero la escandalosa incompetencia de Jose para el puesto que desempeñaba. Incompetencia que era vox populi en el seno de la empresa. Tomó nota Zurano de aquella paradoja, después de poner en cuarentena aquellas partes del relajo que le parecieron exageradas por su interlocutor.

La aparición de una tercera persona, sin embargo, rompió bruscamente el hilo de las reflexiones del desconocido y provocó el estallido de un silencio que el recién llegado no tuvo más remedio que advertir, y ante el que reaccionó con cierto azoramiento.

-Buenas, Carlos –dijo el saco de huesos con aire evidentemente servil. El recién llegado respondó amablemente con una voz que evocó inmediatamente un mundo de fundamentales placeres masculinos.

Como siempre le sucedía en ocasiones semejantes, se abandonó Zurano a la perplejidad que produce la bellezas, como un niño que advirtiese su existencia por primera vez. Mientras el recién llegado seleccionaba el tipo de café que iba a tomar, reparó Zurano en los ojos grandes, sombreados por unas pestañas largas, que le prestaban a la mirada una voluptuosa somnolencia, calibró la boca bien formada; la nariz, ligeramente aguileña, los pómulos altos, el pelo intensamente negro. Sin poder evitarlo, suspiró. El saco de huesos le miró con algo de displicencia, lo cual bastó para que el llamado Carlos reparase en la presencia del detective y le ofreciese un café que el detective rechazó educadamente.

Durante la breve conversación, los ojos del hombre quedaron un momento fijos en los del detective, que sintió en su pecho un calor que le devolvió a la caballeresca inocencia de la pubertad. Se avergonzó un tanto Zurano, carraspeó y preguntó por la salida de aquel laberinto que tenía presos a los otros dos por motivos laborales. Mister Mundo se ofreció a acompañarle y Zurano creyó haber llegado a alguna clase de tierra prometida.

El viaje a través de las entrañas de SOGENAL fue esta vez silencioso y agradable. Disfrutó Zurano contemplando la manera en que el cuerpo de su acompañante se movía bajo el traje, la amable humanidad que desprendían sus gestos. Saboreó el placer de sentirse guiado con aquella mezcla peculiar de urbanidad y modestia. Al despedirse de Carlos con un apretón de manos, prolongó el contacto todo lo posible, ante la mirada recelosa de la recepcionsita faldicorta.

Algo avergonzado, Zurano se escuchó decir:

-Hasta luego, Carlos.

El otro sonrió.

-Hasta luego...

-Daniel.

-Exacto: Daniel.

El detective sintió un placer delicioso al escuchar su nombre dicho con tanta sencillez, y le rezó al Dios de las noches solitarias para que el saco de huesos no tuviera razón. Poco antes de separarse, mientras Carlos miraba hacia otra parte, el horrendo desconocido le había señalado con un dedo sarmentoso y había formado con los labios la sentencia fatídica:

“No entiende”

Próximo capítulo: La cándida adolescencia

Siete: La parte desagradable de los viernes


A Zurano no le hizo falta inquirir más detalles. El hombrecillo pareció sumirse en sus pensamientos:

-Un tipo curioso, este Rubio –dijo, y como si se encontrase a solas, sonrió traviesamente. Luego, miró a Zurano: comprenderá usted que no es agradable notificarle a alguien el cese de una relación laboral –Zurano puso cara de hacerse cargo; el otro empezó a contarse los dedos: es una noticia que hay que dar con sumo tacto y, por supuesto, siempre un viernes a última hora...

-No se puede confiar en nadie –gruñó Mínguez.

-No. No se puede confiar en nadie. Sin embargo, cómo le diría, cuando le dije que estaba despedido...Bueno: Rubio pareció aliviado. En realidad, pareció alegrarse con la noticia.

-Claro, Pepe, es que en este puto país nadie quiere trabajar. Todos quieren vivir del subsidio.

Zurano intervino:

-¿Comentó algo a propósito de sus planes?

El hombrecillo relfexionó durante un corto espacio. Luego, dijo:

-Sí: dijo que quería hacer un viaje. Para aprender idiomas. Dijo que quería marcharse de España.

-¿Dijo adónde?

Movió la cabeza el calvo.

-No. Lo siento.




AL SALIR DEL DESPACHO, Zurano encontró a Elvirita limándose una uña con la tranquilidad que da ser la dueña de los secretos del director general. La mujer sonrió de nuevo (dedujo Zurano que las cálidas sonrisas eran su especialidad y uno de sus mayores activos profesionales). Lo hizo como si quisiese recomponer un poco la autoestima del detective, que presumía algo vapuleada tras una estancia de más de media hora en el despacho de su jefe. Sonrió también Zurano y, por toda respuesta y a modo de conciliadora muestra de comprensión, Elvirita levantó los ojos hacia el falso techo de escayola. Preguntó luego en un tono de buena entendedora a la que le sobrasen todas las palabras innecesarias:

-¿Todo bien?

-Sí, sí. Todo bien.

-¿Se las apañará para encontrar la salida?

-Creo que sí.

Sin mucho convencimiento, pero torciendo la cabeza hacia un lado, en un mohín que era un vestigio arqueológico de una belleza que se había marchitado hacía tiempo, añadió Elvirita:

-Si quiere llamo a alguien. Yo...Es que no me puedo mover –y señaló con el pulgar la puerta cerrada del despacho.

-Tranquila.

Emprendió Zurano el viaje de vuelta por el dédalo de corredores desiertos, poniendo atención esta vez a los detalles del camino, como un sioux que se hubiese especializado en leer las huellas en la impoluta moqueta azul. Llegado a un punto, notó el detective cómo la estructura del silencio se volvía un poco menos densa y le pareció escuchar el murmullo producido por la presencia de otros seres inteligentes. Abrió una puerta y se encontró en el descansillo de una escalera con vocación militar frustrada. Bajó Zurano procurando hacer el menor ruido posible y, al hacerlo,  se encontró frente a una máquina de café que rumiaba su soledad resignaa envuelta en un compacto aroma industrial. Tres puertas metálicas pintadas de gris le aconsejaron esperar a que apareciese algún habitante de aquel universo hecho de compartimentos estancos. A los tres minutos surgió un indivíduo alto, huesudo e increíblemente feo que, desde sus dos metros de estatura le dio unos buenos días que sonaron moribundos, como emitidos desde una habitación acolchada.

El recién llegado introdujo en la máquina una cantidad de céntimos directamente proporcional a la calidad del café que esperaba obtener.

Mientras la máquina emitía unos sonidos borboritantes, Zurano se sintió examinado por una disimulada mirada de conocedor que empezó por estudiar sus zapatos, luego su atuendo y, por último, su cara y otras prendas personales. La máquina expulsó un vasito de plástico, lleno de una sustancia viscosa con un lejano parecido con el café y, como si se tratase de una señal, el desconocido sonrió, torció n tanto el cuerpo hacia Zurano y, con un tono que aspiraba a ser seductor, preguntó:

-Qué pasa ¿Ya no saludas?

Próximo capítulo: Hasta luego, Carlos

Seis: Partido de Tenis entre Mancos



Tras prsentarle, la mujer franqueó el paso al detective dedicándole una mirada de madre que deja a su hijo favorito a las puertas de su primer día de colegio.

Heliodoro Mínguez recibió a Zurano parapetado detrás de un escritorio que hacía intuir algún tipo de inseguridad a propósito del tamaño del propio pene. Un corpachón que se inutía informe bajo un traje azul cobalto muy pasado de moda, una cabeza fofa en la que brillaban coléricas las chispas arrdientes de las pupilas. Una corbata marrón. Un bigote entrecano de profesor de secundaria. Le señaló una silla.

-Usted dirá.

Cinco: SOGENAL



SI LOS ARQUITECTOS QUE HABÍAN PROYECTADO LA SEDE CENTRAL DE SOGENAL creían en los edificios-manifiesto, había que reconocer que su obra era toda una declaración de intenciones.

La mole blanca, aproximadamente cública, con ventanas destellantes de un azul tecnológico, había sido levantada utilizando los mismos materiales baratos que componían los edificios que la rodeaban. Sin embargo, algo en sus líneas revelaba la soberbia con la que los porpietarios miraban a los otros ocupantes del Polígono Industrial Tres Cruces.

Zurano se temió que, intencionadamente, la fábrica había sido proyectada para componer, junto con los edificios adyacentes, una imagen parecida a esos gráficos con los que los nazis pretendían ilustrar la rubicunda superioridad de la raza aria.

Cuatro: De mañana no pasa




El detective se detuvo en un semáforo:

-¿Te han llamado ya del casting?

-¿De cuál?

-Del casting al que te presentaste.

El joven hizo una pausa, como un ejecutivo que comprobase una agenda repleta.

Tres: El lado izquierdo


-¿ENCIENDO UNA LUZ? –parece que nos hemos quedado un poco a oscuras.

Rafa maniobró por la habitación hasta llegar a una llave. La accionó y la estancia se pobló de unas luminosidades indirectas que hubieran matado de euforia al decorador de interiores más mariquita de un programa para menopáusicas. Luego, volvió a ocupar su sitio sentándose con las piernas abiertas a partir de las rodillas. Tras una corta pausa, dijo:

-Dani, te he llamado porque no sé a quién acudir –el detective levantó las cejas y, al mismo tiempo, su amigo se sumió en una serie de balbuceantes anacolutos: el tal Jose había desaparecido llevándose lo puesto y una maleta con las cosas necesarias para no violar la regla del convento de clausura más estricto.

Dos: Bienvenido al Mirador de la Condesa




EL DETECTIVE LEYÓ EL GIGANTESCO CARTEL PINTADO sobre una chapa que empezaba a estar comida por el óxido. Chalets pareados, adosados, parcelas de tantos metros, engañosas amabilidades a la hora del pago.


Bajo el orgulloso emblema de la promotora, la imagen de una arcadia generada por ordenador; ideal para familias dispuestas a entramparse más allá de la eternidad.


Avanzó Zurano por una calleja polvorienta que parecía la pista de aterrizaje de un aeropuerto perdido en Cachemira. De tanto en tanto, casitas que eran la imagen perfecta de un sueño truncado en plena edad de la inocencia: ventanas desorbitadas, tabiques mancillados por torpes plastas de cemento seco, abortos urbanísticos sobre los que empezaba a crecer la mala hierba de la crisis económica.

Uno: Azul Perestroika



LA CIUDAD DORMÍA UNA SIESTA RECOGIDA Y PROVINCIAL.  La luz de agosto, prematuramente dulce, bañaba los edificios que se alzaban a los lados de una gran avenida franquista.

La calle desierta, que desembocaba en la plaza de toros, palpitaba aún con la huella de los sones metálicos de las charangas. En el aire flotaba el olor acre de los churros. De vez en cuando, en el silencio, se tenía la vaga impresión de escuchar los vítores de la afición taurina, los cuales parecían también ecos que brotasen de un sueño, como el ruido del oleaje cuando se está de espaldas al mar.
El espacio deshabitado pertenecía pues a los niños hoscos y a las ancianas que veían la vida pasar detrás de los visillos. Ni los unos ni las otras se fijaron en un hombre que, visiblemente nervioso, se paró frente a una rotonda dominada por un conjunto de metálicos delfines ciegos.

A partir de mañana,  20 de Agosto, empezará a publicarse en este espacio una nueva aventura del detective Daniel Zurano. 

En ella, iniciará un peligroso viaje hacia las profundidades del alma humana durante el cual sólo podrá confiar en que la suerte no le abandone.

¿Te atreves a seguirle?