Quince: la improvisación como forma de vida






La mujer caballuna tendría unos cuarenta años y Zurano entendió enseguida que padecía los problemas para encontrar ropa que aquejan a todas las mujeres altas. Vestía de manera abiertamente impersonal y su insistencia en introducir en el garaje cerrado una trama sentimental le indicó a Zurano que, probablemente, dormía sola por las noches y no tenía a nadie para quien depilarse el labio superior. También le resultó pronto evidente que la otra chica del grupo, mucho más joven, tenía una relación con el director. Cada cierto tiempo, interrumpía el transcurso de la endeble trama y dirigía miradas a la oscuridad en la que el Deus Ex Machina no perdía comba de lo que sucedía.
Había también un chico alto, con barba, espantoso como actor pero con el que Zurano hubiera mantenido intensas conversaciones sobre el método Stanislavski y, por último, un cuarto individuo de sexo masculino que se protegía la garganta con un foulard rosa anudado a la moda de París.
Las idas y venidas de los cuatro conejillos de Indias encerrados en aquel universo concentracionario se prolongaron aún por espacio de media hora mal contada. Ya al final, cada vez que alguno de los intérpretes intentaba tirar la toalla, pretextando la lógica falta de ideas, el director les adoctrinaba sobre las bondades de la improvisación. A punto estaba el detective de cortar por lo sano cuando el jefe de toda aquella máquina dijo:
-Vale. Ya podéis parar. Ahora vamos a comentar…
Se sintió Zurano incapaz de soportar un análisis pormenorizado e las idioteces que había tenido que escuchar y hizo lo que todo espectador bien educado debe al final de la función. Aplaudir ruidosamente.
Sorprendidos como niños pillados en flagrante delito, miraron las cinco personas al lugar de la oscuridad del que procedían las palmadas. Por un momento, disfrutó Zurano con su travesura hasta que el director, poniéndose la mano en la frente haciéndose visera, se dirigió a la oscuridad:
-Hola, ¿Te podrías marchar? Esto no…No es una función.
Se levantó Zurano de su asiento y se dirigió hacia el tablado:
-He entrado y no he podido evitar quedarme. Siempre he admirado mucho la capacidad de…La improvisación, vaya.
Sonrió el director:
-¿Cómo método?
-Como forma de vida –repuso Zurano de manera algo incongruente y, de un ágil salto, se subió al escenario.
La mujer alta le miraba recelosa, la novia del director con curiosidad. El guapo barbado con el fastidio de quien sabe que llegará tarde a una cita debido a un imprevisto y, el del foulard, con un arrobamiento que el detective achaco a un marcado deseo de aventuras galantes.
-Buenas tardes, me llamo Daniel Zurano y alguien me dijo que podría encontrar aquí a José Rubio.
El detective tomó nota de las expresiones de sorpresa de la compañía de aficionados.
-Te han informado mal –respondió la alta- Jose hace varios meses que no viene por aquí –luego se dirigió al director: oye, Jeru, yo me tengo que ir. Si te parece, la próxima vez comentamos la improvisación. ¿He estado….demasiado…?No sé –hizo un gesto vago con la mano-bueno: el próximo día me lo cuentas.
El barbado tomó las de Villadiego aprovechando la oportunidad y dejando bien claro que a él la improvisación le interesaba del mismo modo que al detective.
El director y su novia no sabían a qué carta quedarse. Él porque, sus tropas en desbandada, no sabía bien qué hacer. Ella porque, según dedujo Zurano, no tenía más opinión que las de su Lee Strasberg.
Solo el del foulard parecía cómodo y extrañamente divertido por la situación. Se acercó al detective, le tendió la mano desmayadamente a guisa de saludo y, clavando en él unas pupilas brillantes, le dijo:
-Hola: me llamo Eugenio. A lo mejor te puedo ayudar.

1 comentario:

  1. Me da que estos se enamoran,estaré esperando el próximo capítulo. Un abrazo.

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