Catorce: There´s no business like show business

Esta foto está a la venta a partir de 2,99 euros en Viena Directo Images


Como un animal doméstico, el ordenador mostró a Zurano su cara más amable. El ventilador en marcha anunció que el sistema operativo esperaba órdenes en posición de firmes y, entonces, el detective hizo lo único que se le ocurrió hacer. Abrió el programa que utilizaba para conectarse a internet tecleó la dirección de un buscador e introdujo la combinación “José Rubio” en el espacio correspondiente. Primero, sin comillas. Varios millones de resultados le indicaron que la tarea no iba a ser fácil.
Entrecomilló el nombre para acotar y pidió ver solamente las páginas españolas. Los millones se transformaron en varios cientos de miles. Y, lo que era peor, no tenía la más mínima garantía de que uno solo de aquellos fantasmas era el que buscaba.
Las imágenes. Quizá las fotos le ayudaran.
Algo desganadamente, pinchó sobre el enlace correspondiente. Aparecieron varias decenas de cuadraditos que mostraban instantáneas inconexas de la vida tal y como hoy la conocemos. Una especie de mapa poliédrico de la banalidad.
Descartó el detective los resultados obviamente erróneos y buscó aún durante otros diez minutos. Justo cuando estaba llegando a los últimos puestos de afinidad, a esa especie de palos de ciego que todos los buscadores ofrecen antes de darse por vencidos, Zurano reparó en una fotografía hecha con flash que mostraba a cuatro personas en esa actitud a medias infantil y a medias cordial que los actores americanos utilizan para anunciarse.  Reconoció al segundo los rasgos irrelevantes de José Rubio. Pidiéndole al dios de los detectives desesperados un golpe de suerte que no le llevase a un link vacío, Zurano hizo doble clic en la imagen buscando la página original. No cabía duda: se trataba de Jose en una representación de una de esas obras de aficionados que se ofrecen en centros para la tercera edad. Atalanta Teatro. Un teléfono, una dirección. Unos horarios de ensayo. Una dirección de correo electrónico.
“Una mariquita artista –se dijo medio en serio, medio en broma- Dios mío…”
Zurano apagó el ordenador y se levantó a la cocina. Mientras bebía tranquilamente un vaso de agua con actitud concentrada se quedó mirando un cromo de Panini que alguien había pegado en la puerta de la nevera.
Mostraba el rostro de niño resabiado de Emilio Butragueño.

COMO SE HABÍA TEMIDO ZURANO, los alegres chicos de Atalanta Teatro ensayaban religiosamente martes, jueves y sábados en un centro cultural sito en las cercanías de la calle Concha Espina.
El detective no le tenía especial cariño al teatro y, salvo en el caso de Javi, siempre había huido de los actores con una actitud que había considerado juiciosa pero que quizá no fuese más que una cobardía hacia un fenómeno que no conseguía comprender.
Zurano odiaba fingir que era otra persona y no sentía más que desprecio por ese otro yo que había suplantado su lugar durante los tiempos en que tuvo que estar forzosamente alerta para no delatar ante el enemigo unas pasiones que, por lo demás, eran tan puras e idealistas como las heroicas fantasías de un recién casado antiguo.
Por todo ello, abordó la tarea de buscar el alma de José Rubio entre aquellos aficionados al arte de Talía con una circunspección melindrosa. Como alguien que se sabe rodeado de enfermos de gripe y hace todo lo posible por no dejarse contagiar. Encontró en la recepción a una señora de edad, bastante jacarandosa por otra parte, que le indicó unas escaleras y los pasos necesarios para encontrar una puerta pintada de amarillo canario. Al llegar a ella, Zurano carraspeó y, un segundo antes de llamar, lamentó no haberse puesto algo más alternativo.
-En fin. Ya no tiene remedio.
Golpeó la puerta dos veces y, al no recibir respuesta, la abrió lentamente para encontrarse frente a la oscuridad de un pequeño salón de actos. Unas diez o doce filas de sillas plegables de madera partidas por un pasillo central. Al fondo, una tarima que hacía las veces de escenario y, sobre ella, cuatro figuras que escuchaban a una quinta que, de espaldas, impartía instrucciones.
Supo al instante Zurano que no habían advertido su entrada y escogió un lugar convenientemente oscuro desde el que poder observar sin ser visto. Decía el que estaba de espaldas:
-La situación es la siguiente: estáis en un garaje con una sola ventana, demasiado alta para poder alcanzarla. La puerta se ha estropeado y no se puede abrir.
-¿Y la urgencia? –preguntó una mujer caballuna que, hasta entonces, había estado callada.
-A una de las dos personas le va a dar un ataque incontrolable de claustrofobia.
Los actores escucharon al director señalar diferentes elementos: una silla, una caja. Las reglas de la improvisación se fijaron y Zurano supo que iba a estar media hora escuchando vacíos coqueteos con la nada. Se propuso soportarlos con paciencia mientras observaba a los participantes de aquel juego para locos con pretensiones.

3 comentarios:

  1. Menos mal que ya tiene una pista para poder seguir investigando,interesante pista. Sabe a poco y engancha.Un abrazo artista.

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  2. Y esos chicos de la foto son austriacos? pues son guapísimos.Un abrazo.

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  3. Hola Lolibel!

    Los chicos -menos los del capítulo de hoy- son de Viena. Los de la foto del capítulo de hoy son de Rávena (en Italia). Una ciudad en donde todo el mundo (ellos y ellas) es guapísimo.

    Saludetes

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