Treinta y dos: KONCO



Se hizo un silencio espeso el cual el detective no mostró ninguna intención de romper. Poco a poco, su interlocutor se fue poniendo más nervioso hasta que rompió en algunos balbuceos. Supo Zurano que había llegado el momento. Se acercó al directivo de SOGENAL y, casi a la cara, con un tono de voz calculadamente frío, dijo:

Treinta y uno: preguntas


Cuando el autobús se alejó envuelto en una nube de humo negro, Zurano y Javi se quedaron en la parada por un momento, silenciosos, azotados por un ventarrón polvoriento que recorría el polígono industrial sin dar ninguna opción a la misericordia. El detective tardó todavía un momento en orientarse y en decidir la dirección que debían seguir para alcanzar la mole de SOGENAL invisible aún, pero indudablemente presente en aquella acumulación de edificios de una dolorosa uniformidad.

Treinta: Tristeza de amor


Tras una larga espera, Zurano y su acompañante consiguieron subir a un autobús demasiado refrigerado en el que aún esperaron unos diez minutos. Pasado ese tiempo, como obedeciendo a una señal oculta, cerró el conductor las puertas, que hicieron un ruido de nave espacial que emprendiese, sellada, un viaje a la órbita marciana; se encendió el motor, y partió el vehículo en dirección a un punto del espacio que, sin su coche, le parecía casi tan remoto como el planeta rojo.

Veintinueve: moliendo café



Vistió Zurano a su novio lo mejor que pudo con prendas que, de todas maneras, le daban un aspecto un tanto estrafalario. Al verse en el espejo, Javier se echó a llorar de nuevo. Suavemente, de manera sostenida. El detective se quedó mirándole, sin saber demasiado bien qué hacer.

-Tú y yo tenemos que hablar un día de estos ¿Vale, Javi? Esto no puede seguir así.

Lamentamos la interrupción


Por causas ajenas a la redacción de este blog, esta semana no habrá una nueva continuación de las aventuras del detective Daniel Zurano. Sus emocionantísimas peripecias continuarán, Dios mediante, la semana que viene (día 1 de Abril).

Lamentamos las molestias que pudieran derivarse del retraso.

Atentamente,

EL AUTOR

Veintisiete: crónica de sucesos




Zurano paró delante de un portal oscuro y buscó una llave. Javi, mientras tanto, temblaba de frío a poca distancia, la mirada perdida en algún punto del suelo. La puerta cedió y Zurano la traspuso sin que Javi se diera por aludido. El detective encendió la luz legañosa del portal.

-Anda, entra –le dijo.

Veintiseis: la sombra alargada de la noche


Las comisarías de verdad se parecen poco a las de las series de televisión. Zurano echó un vistazo maquinal al cartel con las fotos de los etarras más buscados, con la secreta esperanza de que, por un milagro del destino, apareciese entre los delincuentes empleado de banca con el que había firmado la hipoteca de su casa. Sin éxito. Eran las tres de la mañana de un jueves cualquiera, su coche estaba destrozado y, en la frente, tenía una herida de la que, de vez en cuando, manaba sangre.

Veinticinco: Sangre de detective



Con expresión algo fastididada, el detective hizo saltar los seguros de las puertas del coche. Dejó salir a Alvar que, desde fuera, le hizo una señal de despedida y se internó de nuevo en la oscuridad de la calle desierta.

Veinticuatro: en una calle cualquiera



El coche describió una curva prudente a la hora de entrar en la calle sin salida. Los faros iluminaron un alto muro camuflado por hiedras, un contenedor de basuras y a otro automóvil viejísimo pero sumamente pulcro. Reinaba el silencio.

Veintitrés: Viena



El hombre apoyó la cabeza en el cristal helado y contempló la ciudad a sus pies. La gigantesca torre de oficinas se alzaba sobre un semicírculo que el canal del Danubio describía al entrar en la ciudad. El río, como una cinta de color mercurio, reflejaba el cielo gris que se cernía sobre una Viena preotoñal.

Veintidós: todos mienten



Cuando su visitante se marchó, la luz de la tarde había empezado a entrar por los cristales de su despacho. La mirada del detective se fue posando por los objetos familiares, como si lo hiciera por primera vez. Entre la confusión, emergió la imagen algo burlona del saco de huesos de SOGENAL. Sus labios formando la palabra “no entiende...”. Zurano no pudo evitar echarse a reir, como si hubiera tenido éxito al encontrar la combinación de una caja fuerte que a otro se le hubiera resistido. No tardó en darse cuenta de lo absurdo de la situación. Había tenido delante a uno de los hombres más guapos que había visto nunca. Ese hombre le había confesado que había tenido...Algo que no hubiera sabido definir con el novio desaparecido de uno de sus mejores amigos. Por ese cuarto de hora que ni siquiera le había proporcionado el más mínimo placer, Carlos había sido chantajeado metódica, fríamente hasta que, finalmente, la ausencia de la amenaza le había hecho salir, poco a poco, de su escondrijo.

Veintiuno: extraña forma de vida



Cuando se terminó la fiesta, Rubio y su jefe estaban lo suficientemente borrachos como para querer tomarse una más. Incluso entre la niebla pegajosa del alcohol, Carlos empezó a notar que Jose buscaba contacto con su cuerpo.

Veinte: Ron con Coca-cola


No tuvo tiempo Zurano de hacer la broma que le vino a los labios a propósito de cuánta gente, súbitamente, estaba interesada en conocer el paradero de José Rubio. Empezando por su novio y terminando por aquel guapo desconocido cuyos ojos se clavaron un instante en él para después terminar anegados en un mar de lágrimas.