Seis: Partido de Tenis entre Mancos



Tras prsentarle, la mujer franqueó el paso al detective dedicándole una mirada de madre que deja a su hijo favorito a las puertas de su primer día de colegio.

Heliodoro Mínguez recibió a Zurano parapetado detrás de un escritorio que hacía intuir algún tipo de inseguridad a propósito del tamaño del propio pene. Un corpachón que se inutía informe bajo un traje azul cobalto muy pasado de moda, una cabeza fofa en la que brillaban coléricas las chispas arrdientes de las pupilas. Una corbata marrón. Un bigote entrecano de profesor de secundaria. Le señaló una silla.

-Usted dirá.

Cinco: SOGENAL



SI LOS ARQUITECTOS QUE HABÍAN PROYECTADO LA SEDE CENTRAL DE SOGENAL creían en los edificios-manifiesto, había que reconocer que su obra era toda una declaración de intenciones.

La mole blanca, aproximadamente cública, con ventanas destellantes de un azul tecnológico, había sido levantada utilizando los mismos materiales baratos que componían los edificios que la rodeaban. Sin embargo, algo en sus líneas revelaba la soberbia con la que los porpietarios miraban a los otros ocupantes del Polígono Industrial Tres Cruces.

Zurano se temió que, intencionadamente, la fábrica había sido proyectada para componer, junto con los edificios adyacentes, una imagen parecida a esos gráficos con los que los nazis pretendían ilustrar la rubicunda superioridad de la raza aria.

Cuatro: De mañana no pasa




El detective se detuvo en un semáforo:

-¿Te han llamado ya del casting?

-¿De cuál?

-Del casting al que te presentaste.

El joven hizo una pausa, como un ejecutivo que comprobase una agenda repleta.

Tres: El lado izquierdo


-¿ENCIENDO UNA LUZ? –parece que nos hemos quedado un poco a oscuras.

Rafa maniobró por la habitación hasta llegar a una llave. La accionó y la estancia se pobló de unas luminosidades indirectas que hubieran matado de euforia al decorador de interiores más mariquita de un programa para menopáusicas. Luego, volvió a ocupar su sitio sentándose con las piernas abiertas a partir de las rodillas. Tras una corta pausa, dijo:

-Dani, te he llamado porque no sé a quién acudir –el detective levantó las cejas y, al mismo tiempo, su amigo se sumió en una serie de balbuceantes anacolutos: el tal Jose había desaparecido llevándose lo puesto y una maleta con las cosas necesarias para no violar la regla del convento de clausura más estricto.