Treinta y dos: KONCO



Se hizo un silencio espeso el cual el detective no mostró ninguna intención de romper. Poco a poco, su interlocutor se fue poniendo más nervioso hasta que rompió en algunos balbuceos. Supo Zurano que había llegado el momento. Se acercó al directivo de SOGENAL y, casi a la cara, con un tono de voz calculadamente frío, dijo:

Treinta y uno: preguntas


Cuando el autobús se alejó envuelto en una nube de humo negro, Zurano y Javi se quedaron en la parada por un momento, silenciosos, azotados por un ventarrón polvoriento que recorría el polígono industrial sin dar ninguna opción a la misericordia. El detective tardó todavía un momento en orientarse y en decidir la dirección que debían seguir para alcanzar la mole de SOGENAL invisible aún, pero indudablemente presente en aquella acumulación de edificios de una dolorosa uniformidad.

Treinta: Tristeza de amor


Tras una larga espera, Zurano y su acompañante consiguieron subir a un autobús demasiado refrigerado en el que aún esperaron unos diez minutos. Pasado ese tiempo, como obedeciendo a una señal oculta, cerró el conductor las puertas, que hicieron un ruido de nave espacial que emprendiese, sellada, un viaje a la órbita marciana; se encendió el motor, y partió el vehículo en dirección a un punto del espacio que, sin su coche, le parecía casi tan remoto como el planeta rojo.

Veintinueve: moliendo café



Vistió Zurano a su novio lo mejor que pudo con prendas que, de todas maneras, le daban un aspecto un tanto estrafalario. Al verse en el espejo, Javier se echó a llorar de nuevo. Suavemente, de manera sostenida. El detective se quedó mirándole, sin saber demasiado bien qué hacer.

-Tú y yo tenemos que hablar un día de estos ¿Vale, Javi? Esto no puede seguir así.