Veinticuatro: en una calle cualquiera



El coche describió una curva prudente a la hora de entrar en la calle sin salida. Los faros iluminaron un alto muro camuflado por hiedras, un contenedor de basuras y a otro automóvil viejísimo pero sumamente pulcro. Reinaba el silencio.


Zurano aparcó algo lejos de la puerta del edificio, discretamente escoltada por dos cipreses y medio oculta tras un seto de arizónicas. Apagó el motor del coche y esperó. En la radio, a un volumen suave, sonaba música clásica. No tardó el detective en ver cómo un cuadrado de luz se dibujaba sobre el asfalto a su espalda. Por el retrovisor comprobó asimismo cómo una figura, recortada a contraluz, avanzaba hacia el contenedor de basuras, depositaba una bolsa voluminosa en él y luego se dirigía con paso resuelto pero disimulado hacia su coche. El hombre se paró delante de la puerta del copiloto, Zurano hizo saltar los seguros, y el recién llegado abrió la puerta y se deslizó ágilmente dentro del vehículo.

Los dos hombres se las arreglaron para abrazarse cordialmente dentro del estrecho habitáculo y se quedaron mirándose, sonrientes. El que ocupaba el asiento auxiliar era de la misma edad del detective, delgado, y hubiera podido pasar sin problemas por un Jesucristo de paso de semana santa. Iba vestido de una manera discreta pero sumamente lujosa. El detective anotó una camisa cara, perfectamente planchada; un jersey de cachemir y unos pantalones vaqueros de marca. En la oscuridad del coche, relucían unos botos negros de impecable cuero español.

-Dichosos los ojos que te ven –dijo Alvar burlonamente- Sólo me llamas cuando necesitas algo.

Alberto Alvar y Daniel Zurano se conocían desde hacía muchos años. En público, nadie hubiera podido asociarles; en privado sin embargo, desaparecidas las diferencias superficiales, los dos hombres hubieran dicho que eran muy parecidos. Ambos compartían una especie de sentido para identificar la justicia poética que impera en el mundo, aún a despecho de aquellos que la niegan. Ambos, uno desde una profunda fe religiosa y otro desde la observación constante y cotidiana del crimen y el engaño, habían llegado a la conclusión de que no hay que hacerse ilusiones a propósito de los seres humanos que habitan el planeta Tierra. Alberto Alvar pensaba que todos somos pecadores, Daniel Zurano que nadie brilla precisamente por su inteligencia.

A Alvar, los compañeros de cama de Zurano le parecían un detalle sin importancia, y el detective procuraba no preguntar sobre lo que sucedía durante los largos retiros de su amigo a lugares en los que las personas normales tienen vedada la entrada. Alvar se movía, mundano pero discreto, por unos ambientes de cuya vaciedad estaba tan íntimamente convencido que había dejado de agredirle; Zurano le quería como un hermano y se hubiese dejado matar por él.

Un par de veces al año, Alberto Alvar, el sacerdote, quedaba con Zurano, el detective homosexual, en algún lugar de las afueras de Madrid. Discretamente, Zurano y el detective hacían recuento de lo que habían visto desde la última cita y realizaban predicciones sobre el curso futuro del país, que es tanto como decir el de sus clases altas, equivocándose solamente en pequeños detalles. Tras un par de horas de sabrosa conversación, uno de los dos pagaba el discreto aperitivo. Los dos hombres se despedían con un abrazo y aguardaban la ocasión siguiente.

-He estado muy ocupado –dijo Zurano al cabo de un momento. Pero tienes razón. Te debo una.

-Cuando quieras, ya lo sabes- dijo el otro y buscó un paquete de cigarrillos por debajo del jersey, en el bolsillo de la camisa –no tengo mucho tiempo. He dicho que iba a fumar un cigarro y si tardo mucho podrian hacerse preguntas.

-¿Crees que te habrán visto?

-No. Pero es mejor que vayamos al grano. Me has preguntado por la empresa Konko. Y es una coincidencia. Últimamente, la gente parece estar muy interesada en ese grupo en particular.

-¿Quién más está interesado?

-Dani, ya sabes. Sin preguntas.

-Lo siento. Sigue.

-Konko es un vasto grupo empresarial que tiene su sede social en Austria, en Graz. Se dedican a todo y a nada, no sé si me entiendes. Digamos que son conseguidores. Si alguien necesita un producto, ellos movilizan la masa financiera del grupo, compran la empresa correspondiente y facilitan la operación. A pesar de funcionar bajo una marca común, he conseguido saber que Konko no es un holding al uso. Todas las partes del grupo son independientes y muchas de ellas están dirigidas desde paraísos fiscales o desde paises del este fuera de la Unión Europea. De hecho, según mis investigaciones, la parte más lucrativa de Konko está cubierta por una trama de empresas al frente de las cuales figura un tal Mr. Johson, y que tienen sede social en Gibraltar.

-¿A qué se dedican esas empresas?

-Investigación y Desarrollo.

-¿Y qué investigan?

-Nadie lo sabe. Y creo que si al mismo Mr. Johnson le preguntaran no te lo sabría decir –se echó a reir- así de podrido está el mundo. Bueno, sigo: Konko tiene contactos con algunas empresas españolas. Supongo que ese es el punto que más te interesará. Entre esas empresas está El Corte Inglés, por ejemplo; o algunas que se dedican a fabricar maquinaria industrial. El Gobierno también ha coqueteado con Konko y alguien de muy, muy arriba, le ha hecho regalos al mandamás del grupo, un tal Herr Pallanich para que Konko se presente al concurso en el que se está decidiendo el reparto de contratos del tren de alta velocidad ¿Te estoy ayudando?

-La verdad es que cada vez estoy más confuso.

-Otra cosa: el nombre de la persona que me has dado corresponde a un don nadie. Mis informadores no le conocían, así que no debe de tener mucha importancia. 

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