Once: El lecho nupcial (primera parte)


El Volkswagen Polo rojo de Javi paró frente a él veinte minutos después, cuando empezaron a caer los primeros goterones de tormenta Abrió el chico la ventanilla del conductor y le invitó a subir al coche. Lo hizo el detective y recibió como recompensa un beso más breve que otras veces. Dedujo Zurano que pasaba algo, impresión que quedó confirmada por el obstinado silencio del muchacho mientras callejeaba buscando aparcamiento. No peguntó el detective sin embargo, y dejó que la radio siguiese emitiendo un ruido electrónico apenas soportable que el chico insistía en confundir con la música.
El hermoso perfil de Javi, apenas tocado por un rastro de vulgaridad, se recortaba contra las calles que desfilaban a cierta velocidad por las ventanillas del vehículo. Mientras lo observaba de reojo pensaba Zurano en una manera, lo más indolora posible, de explicarle al chico que su relación con él no tenía el más mínimo futuro, que no se veía con fuerzas para emprender la tarea de enseñarle todo lo que él necesitaba aprender aún, que se merecía el milagro de ir descubriendo las cosas junto a una persona de su edad. En resumen, que sentía unos deseos incontenibles de emprenderla a martillazos con la radio del coche y, después, mandar un paquete bomba de potencia suficiente a la emisora que tenía la desfachatez de mandar al aire aquel ruido insoportable.
Javi aparcó en una de las calles más deshabitadas de aquel universo con vocación desértica, apagó la radio y, sin más preámbulos, se echó a llorar amargamente.
Zurano se quedó un rato quieto, sin saber qué hacer, sorprendido por la nueva deriva de los acontecimientos. Cayó en la cuenta de que nunca hubiese pensado que en Javi pudiese caber el llanto, y se molestó consigo mismo por haberle considerado durante los meses que había durado su relación como un ser incompleto, incapaz de otra cosa que no fuera reírse de todo presentarse a castings de resultados predecibles para programas que no lo eran menos y revolotear entre la galaxia de amigos absurdos y algo defectuosos que constituían su universo social. Todos estos pensamientos le llevaron a sentirse un prepotente sin entrañas, hasta que algo dentro de él, quizá la responsabilidad de ser el novio de aquella persona por la que sentía una culpable falta de estimación, le llevó a realizar un movimiento que, instantáneamente, le pareció tan torpe como insuficiente.
Carraspeó ligeramente y, como si temiera romperle algo, acarició suavemente la mano de Javi. El chaval le miró agradecido, trató de limpiarse los ojos colorados con el dorso de la mano, mientras balbuceaba unas disculpas que hicieron sentirse al detective aún más patoso e inhábil que al principio.
Consiguió calmarse lo suficiente como para poder hablar. Javi consiguió decir:
-Me han rechazado para el casting de la serie.
Zurano trató de quitarle hierro al asunto y, entonces, Javi se enredó en un nuevo golpe de llanto, entre el cual el detective pudo intuir unas disculpas nuevas:
-Perdóname, Dani. Yo no quería, Lo hice por ti. Para que te sintieras orgulloso de mí, para…Para…
Al escuchar este lenguaje de melodrama televisivo fue cuando el detective empez´a alarmarse. Sin embargo,consiguió mantener cierta calma y le aseguró al chico, utilizando el mismo lenguaje de comedia de situación, que nada de lo que pudiese contarle sería capaz de romper el vínculo que había entre los dos. Cuando escuchó estas palabras, Javi paró de llorar y miró a Zurano como si acabara de verle caer del planeta Marte.
Retomó el detective las caricias y entonces el chico soltó el peso que le agobiaba el corazón:
-Se la he comido, tío. Le he comido la polla al director de casting de la serie.
Nuevos sollozo, nuevas disculpas inconexas y nueva quietud de Zurano que no sabía bien la reacción que el chico esperaba de él. Optó por conservar la calma y le pidió a Javi que le explicase qué había sucedido:
-El tío me dijo que había dos candidatos posibles para el papel. Que la cosa estaba entre otro y yo, pero que el director no terminaba de decidirse. Me dijo que era muy mono y eso, pero que me faltaba…Que me faltaba algo –Zurano suspiró- ¡Yo te quiero! Pero es que él…-Javi pareció rehacerse- luego me llevó a su despacho y…
-Vale. El resto me lo puedo imaginar.
-¡Tío, Dani! No me dejes…Yo te quiero…Yo no quería…
Comprendió Zurano que el chico estaba esperando su castigo y no le gustó al detective la idea de convertirse en el ángel exterminador. Se hizo un silencio solo roto por las gotas de agua de la tormenta que rebotaban como balines contra el techo del vehículo.
Pasado un rato, Zurano dijo “anda, ven aquí” y abrazó a Javi como se abraza a un niño o a un animal herido. Sabía Zurano que la culpa deja una cicatriz de ácido en el alma y que, por mucho que quisieran, los actos no se borran con palabras ni las ofensas desaparecen llevadas por los reproches. Se quedaron los dos tranquilos, abrazados, como si solo el cuerpo del otro les ofreciera algún tipo de defensa contra la silenciosa amenaza exterior Javi se fue calmando poco a poco y Zurano notó como su cuerpo se relajaba. Mientras tanto, empezaba a aflojar la tormenta. Se disolvieron un tanto los nubarrones y el habitáculo del coche empezó a impregnarse de un benéfico perfume, mezcla del olor a tierra mojada del exterior y d elos cuerpos humanos que esperaban dentro el final de las batallas.
Pasado un rato, dijo Zurano.
-¿Vamos a algún sitio?
Levantó Javi la cabeza de su pecho se frotó los ojos aún colorados y contestó:
-Vale: a mi casa- y al detectar cierta sorpresa en la cara de Zurano, aclaró: mis padres están en Alicante.

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