Veintisiete: crónica de sucesos




Zurano paró delante de un portal oscuro y buscó una llave. Javi, mientras tanto, temblaba de frío a poca distancia, la mirada perdida en algún punto del suelo. La puerta cedió y Zurano la traspuso sin que Javi se diera por aludido. El detective encendió la luz legañosa del portal.

-Anda, entra –le dijo.


El chico hizo una pausa en el llanto rítmico, como de resistencia, que había mantenido desde que los dos habían salido del bar. Miró al detective y luego, en silencio, avanzó unos pasos hacia el interior del edificio.

Subieron los dos hombres por una escalera de madera, crujiente pese a la última rehabilitación ordenada por el municipio. Javi hizo amago de detenerse frente a una puerta en la que un corazón de Jesús de latón anunciaba que reinaría algún día sobre la península Ibérica. El detective le cogió suavemente del brazo.

-Venga, que es muy tarde.

Al abrir la puerta de su apartamento, Zurano maldijo las primeras luces de la aurora que teñían de un azul indistinto los escasos sesenta metros cuadrados de su vivienda. Encendió una luz. Javi, se sentó en una de las dos sillas que componían el frugal mobiliario y le observó moverse por la habitación. Pasados cinco minutos, el detective se volvió, agotado.

-¿No tienes otra cosa que hacer?

-El qué.

-Dormir por ejemplo.

-Tienes sangre.

Hizo caso omiso Zurano de la observación y se dirigió a la cama, capaz escasamente para dos personas, que ocupaba el rincón más lejano a la cocina. La abrió, comprobó que había mantas para que el aprendiz de suicida no se muriese de frío y luego dijo:

-Hala, a dormir. Mañana hablaremos más tranquilamente.

Zurano abrió un armario y sacó una manta. Javi, entretanto, se desnudó hasta quedarse en calzoncillos. Comprobó el detective que el chico había adelgazado. El chico se metió en la cama y, conforme a su costumbre, ocupó sólo un trozo, dejando un espacio para el detective.

-¿No vienes?

-No sé, Javi. No creo que...

-Venga. Hace frío.

-Vale: pero tú y yo tenemos que hablar.

-Mañana.

-Mañana ya es hoy.

Se desnudó Zurano. La ropa le rozó la herida que tenía en la frente y le hizo quejarse por el leve escozor.

-Me cago en la puta.

-¿Qué te ha pasado?

-Gajes del oficio.

-Joder, nunca hubiera pensado que vender libros fuera tan peligroso.

-Para haber querido quitarte de en medio estás muy gracioso, ¿Sabes?

El chico empezó a sollozar otra vez, bajito. Zurano se reprochó mentalmente el reciente sarcasmo. No dijo nada sin embargo, y se metió entre las sábanas después de apagar la luz. El cuerpo caliente de Javi le hizo sentir el aguijonazo del deseo pero no se sintió con fuerzas (ni morales ni físicas) para culminar ninguna faena erótica.  Los dos hombres, agotados, se quedaron dormidos en cuestión de minutos.


DESPERTÓ JAVI al olor familiar del Cola-cao caliente y se incorporó con la incredulidad pintada en el rostro. Sonriente, vestido con un raido albornoz de rizo, Zurano hacía unos huevos fritos en la cocinilla del apartamento.

-Estás en los huesos. Cuando comas verás la vida de otra manera.

El chico se frotó los ojos.

-Voy a mear –dijo. Se levantó de la cama y, descalzo, alcanzó el diminuto cuarto de baño.

Zurano escuchó el ruido de la cisterna.

-Venga, que el desayuno ya está.

Apareció el muchacho. Buscó su ropa.

-Está lavándose. Toma, ponte esto.

Zurano le tiró un viejo pijama de Springfield. Al ponérselo, Javi comprobó que tenía un enorme agujero en la entrepierna.

-Se me van a salir los huevos.

-No será para tanto.

Zurano puso la pequeña televisión. La sintonizó en un canal autonómico. Una presentadora con cara de directora de orfanato explicaba con todo tipo de detalles el crimen que había dejado a una mujer estampada contra el asfalto de una calle de Leganés.

-Pero no ha sido el único caso de violencia que ha ocurrido esta noche en la capital. Alertada por los gritos de una vecina, la policía ha acudido al domicilio de Eugenio Fernández

-¿Dónde está la sal?

-Calla.

-El hombre yacía en la cama en medio de un baño de sangre, cuando los facultativos del SAMUR acudieron al domicilio de la víctima ya era demasiado tarde. Se especula a propósito de los móviles del suceso pero todo apunta al robo o a un crimen pasional.

Zurano estaba pálido. La pantalla mostraba una foto de carnet. Aquel foulard, aquellas gafas. Tragó saliva.

-¿Le conocías? –preguntó Javi.

-Termina pronto que tenemos que hacer una visita. Este asunto me está tocando ya lo cojones.


2 comentarios:

  1. Ahora tendré que recapitular porque mi memoria de pez no da para acordarme de quién es Eugenio Fernández.
    Me ha encantado lo de olor a cola-cao mientras frie huevos.

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  2. He abierto así, por azar, este post. Quiero decir, que no sé nada de lo anterior. Creo que a un detective le pegaría más el café, pero como a mí no me gusta y siempre pido colacao, pues muy bien. Lo de los huevos fritos por la mañana... como que no. Eso no me va. Eso le pega a un detective americano, de cine negro. A un detective español, no sé.

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