Veintidós: todos mienten



Cuando su visitante se marchó, la luz de la tarde había empezado a entrar por los cristales de su despacho. La mirada del detective se fue posando por los objetos familiares, como si lo hiciera por primera vez. Entre la confusión, emergió la imagen algo burlona del saco de huesos de SOGENAL. Sus labios formando la palabra “no entiende...”. Zurano no pudo evitar echarse a reir, como si hubiera tenido éxito al encontrar la combinación de una caja fuerte que a otro se le hubiera resistido. No tardó en darse cuenta de lo absurdo de la situación. Había tenido delante a uno de los hombres más guapos que había visto nunca. Ese hombre le había confesado que había tenido...Algo que no hubiera sabido definir con el novio desaparecido de uno de sus mejores amigos. Por ese cuarto de hora que ni siquiera le había proporcionado el más mínimo placer, Carlos había sido chantajeado metódica, fríamente hasta que, finalmente, la ausencia de la amenaza le había hecho salir, poco a poco, de su escondrijo.


Rechazó Zurano buscar los motivos de aquella extraña conducta. Hubiera sido mucho más seguro dejar morir aquel asunto. Sin embargo, quizá Carlos era de esas personas que, cuando empiezan un libro, no puede evitar leerlo hasta el final, aunque le aburra soberanamente. Quizá Carlos era de esas personas que, cuando rozan lo prohibido, buscan el castigo que vuelva a reequilibrar su ser interior.

-Quizá Carlos –dijo en alto el detective- no sea más que un pardillo.

Suspiró. Y pasó revista a una serie de cabos sueltos, la mayoría de los cuales juzgó de dudosa utilidad. Estaba el misterioso extranjero que Eugenio había mencionado ¿Y el chantaje? Era lógico. Pensó Zurano que, si José Rubio había sido despedido, necesitaba dinero para que su vida continuase teniendo una apariencia de normalidad. Quizá, para José Rubio, el matrimonio era el puerto a cubierto de las tormentas al que se retiraba cuando la cosa se ponía fea. Cuando el amante de turno pedía algo más, cuando se terminaba el dinero. El detective pensó en su amigo y maldijo su destino al darse cuenta de que, en algún momento, tendría que abrirle los ojos y explicarle todo lo que había averiguado.

Pero ¿No engañamos todos a todos? Pensó. Y recordó a su novio, a esa criatura de la que no estaba enamorado, a quien consideraba un ser agridulcemente defectuoso, pero de quien no podía separarse porque, simplemente, no encontraba el momento. La cobardía, la necesidad de mantener el statu quo. La engañosa superficie de lo que llamamos vida normal...

Abrió un cajón y sacó de él un reproductor de mp3. La tarde había caido detrás de los cristales llenando el patio interior de los primeros resplandores cobrizos de un invierno que parecía estar destinado a ir a durar eternamente. Salió de la habitación, comprobó que estaba solo en el piso que compartía y se llegó al lavabo. Allí, se desnudó con tranquilidad, colgando las prendas en una percha de plástico. Se puso unos pantalones cortos, una camiseta y unas playeras y se dispuso a rodar un poco por un parque municipal próximo.

Cuando estaba buscando en el mp3 su canción favorita de Rocío Jurado, sonó en el teléfono móvil la señal de mensaje. Un número desconocido y sólo una frase:


“Ola. Eugen Hakinsholz. Konko. S 1a mpresa. Besos, E.“

1 comentario:

  1. Que acertada la definición de una persona por si acaba los libros o no, o si busca el castigo después de hacer algo incorrecto.

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