Tres: El lado izquierdo


-¿ENCIENDO UNA LUZ? –parece que nos hemos quedado un poco a oscuras.

Rafa maniobró por la habitación hasta llegar a una llave. La accionó y la estancia se pobló de unas luminosidades indirectas que hubieran matado de euforia al decorador de interiores más mariquita de un programa para menopáusicas. Luego, volvió a ocupar su sitio sentándose con las piernas abiertas a partir de las rodillas. Tras una corta pausa, dijo:

-Dani, te he llamado porque no sé a quién acudir –el detective levantó las cejas y, al mismo tiempo, su amigo se sumió en una serie de balbuceantes anacolutos: el tal Jose había desaparecido llevándose lo puesto y una maleta con las cosas necesarias para no violar la regla del convento de clausura más estricto.


La respiración de Rafa se aceleró y su mentón se arrugó en una mueca próxima al llanto. Decidió Zurano cortar por lo sano y recabar una serie de informaciones cuyo recuento tuvo la virtud de remontar un tanto al amigo atribulado.

Este aseguró decidido que, durante los días que precedieron a su desaparición, la normalidad había imperado en su vida; Zurano imaginó entonces una armonía conyugal presidida por los sobreentendidos y las pequeñas mezquindades que siempre conlleva una convivencia larga. Sin embargo, fingió creer a su amigo y puso la misma cara que quien escucha relatos sobre un paraíso perdido poblado de amables monstruos.

El día de la desaparición, Rafa había escuchado a su novio levantarse pronto y lavarse los dientes, como todas las mañanas, en el baño negro decorado con orquídeas. Tras un rápido desayuno, Jose había salido de casa con un destino presuntamente laboral que nunca llegó a alcanzar.

¿Por dónde se empieza a buscar a una persona que no quiere que se la encuentre? Mientras Rafa se afanaba en la cocinilla del chalet preparando una infusión tranquilizante, el detective exploró en soledad el cuarto de trabajo de la pareja. Una especie de salón de juegos para dos niños grandes, poblado de las últimas novedades en tecnología del entretenimiento. Encaramado a un mueble, un acuario en el que unos peces ejecutaban sus absurdas coreografías; colgando de las paredes, láminas enmarcadas, recuerdo de los unánimes viajes de la pareja.

Pasó por alto Zurano la consola de juegos equipada con los accesorios necesarios para emprender la escalada de varios ochomiles virtuales y se fijó en dos pupitres de apariencia escolar que albergaban los ordenadores de la pareja. Dos criaturas electrónicas cuya apariencia se le antojó extrañamente felina.

Rafa reapareció con dos tazones humeantes.

-El lado izquierdo era el suyo- anunció, en el mismo tono que un viudo que le explicase a un extraño la parcelación de la cama matrimonial.

-¿Puedo? –dijo Zurano y, sin esperar una respuesta, despertó al ordenador correspondiente. La máquina inició un ronroneo eficiente y recorrió una rutina que duró un par de minutos. Cuando todo quedó listo para que un hipotético usuario pudiese navegar por sus sitios pornográficos favoritos, los dos hombres comprobaron que el contenido de la memoria del ordenador había sido borrado meticulosamente. Presa de la incredulidad, Rafa se sentó en la silla de oficina que su novio había ocupado tantas veces y se sumergió en lo que era de hecho un desnudo roquedal de bytes sin reforestación posible.

Zurano le puso la mano en el hombro.

-Yo que tú me pasaría mañana por el banco.



RAFA SE DESPIDIÓ EN LA PUERTA y Zurano vio empequeñecerse su figura a través del espejo retrovisor. El coche encaró una noche estrellada y fresca de principios del otoño. Mientras conducía, pensó Zurano que los detectives son como los maestros y que era mucho más difícil investigar para alguien con quien se tiene una relación afectuosa. En ese caso, falla el cinismo para obviar la cara de gilipollas que se le queda al cornudo, al estafado, al abandonado; al que, en definitiva, lo ha perdido todo por depositar su inocencia en la caja fuerte equivocada.

Al bajar por la carreterita marcada en algunas curvas por cruces adornadas con flores de plástico, el detective se cruzó sólo con un par de coches; creyó adivinar en los conductores que volvían a casa del trabajo las caras cansadas de quienes no son capaces de sincronizar su vida familiar, su vida familiar y el miserable estado de sus finanzas. Intentando espantar estos pensamientos deprimentes puso la radio y sólo consiguió que los tertuliantes de guardia le pusieran el coche perdido de insultos con un denso aroma fascistoide.

Cuando el coche conquistó una planicie desértica llena de fábricas vacías y centros comerciales sumidos en anaranjadas iluminaciones nocturnas sonó el móvil. El detective tuvo el tiempo justo de conectar el manos libres. Un saludo metalizado resonó por los altavoces del coche.

-Dime.

-Dani, tío ¿Dónde estás?

El detective creyó notar un deje de impaciencia en la voz juvenil.

-Voy para casa.

-¿No habíamos quedado a las siete?

Zurano mintió una vez más.

-Un cliente pesado; quería una buena enciclopedia pero no se terminaba de decidir.

-¿Se la has vendido?

-No lo sé. Con esto del libro electrónico ya nadie quiere papel.

-Pues te vas a tener que buscar otro trabajo.

-Siempre podrías mantenerme tú –el detective no pudo evitar una sonrisa al imaginarse la situación.


(Próximo capítulo: De mañana no pasa)

1 comentario:

  1. Ohhhh, ¡pobre Rafa! Espero que Zurano encuentre pronto a José.

    Se está poniendo muy interesante esta historia.

    Un beso.

    ResponderEliminar